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Antes de salir del comedor, vi que recogía sus calzoncillos del suelo y buscaba algo en sus pantalones. No acerté a ver qué era aunque luego, bien que lo sabría, cogió el vaso de whisky aun quedaba un dedo y salimos del comedor. Y lo hice, mientras, pasando por delante de mí, me cogía del pelo. Quiero que te pongas aquí. En el borde de la cama. Tus piernas, bien abiertas. Le había entendido perfectamente. Le obedecí. Me sentía, humillada por aquel viejo cabrón.

Reyes o gobernantes no son los que llevan cetro, sino los que saben mandar. La autoridad emana del poder, y no al bofetada. Exacto, ninguna. Ellas, las de la maldita manzana, las del pecado original, las mujeres han sido desde siempre poco así como la zona cero de todos los males de la gleba. Y es que la historia la hemos escrito nosotros a nuestra acierto. Nos hemos comportado como ese angelito despreciable que hace un montón con sus juguetes y no te deja tocar ninguno. No se sabe, y es probable que nunca se sepa. Lo que sí sabemos es que mucho de ese papel que juega la mujer en la sociedad se lo debemos a la religión. No a la cristina, ni a la hinduista o al Islam.